Le bajaron el volumen a la música y gritaron:

—¡El DJ se durmió! ¡Está borrachito!
—¿Cómo va a ser? —dijeron en coro dentro el establecimiento.
—Ya lo vamos a acostar —dijo Jesús, el dueño del sitio.
—¿Quién será el reemplazo? —preguntó un hombre medio ebrio.
Después hubo un silencio y todos se quedaron mirándose las caras.
—¡Yo me le mido! —me lancé.
—¡Listo! Pero no queremos reguetón, eso acaba las fiestas aquí —advirtió Jesús.

El nombre del establecimiento sí está bien puesto, Donde Jesús, como si fuese la mismísima gloria. Es un sitio espacioso y cuenta con un sistema de sonido que estremece el corazón. La pista de baile es mitad cemento y mitad tierra. Hay una parte encerrada con tablas y mallas y el techo es de zinc; la otra está al aire libre. Entre más rudimentario, gusta más.

Cada diciembre viajo a Bomba, Magdalena para pasar la Nochevieja y esa, pues, tenía que ser inolvidable. Había más de cincuenta personas ansiosas por seguir sacudiendo el esqueleto. Ante tremenda responsabilidad, pensé en tirar la toalla, pero le puse coraje a la vaina.​​​​​​​
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Ser DJ en un pueblo
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